Nos aprestábamos a un nuevo ensayo el lunes en el zótano del viejo caserón del Museo, como indica la rutina. Pedimos las infaltables empanadas (12 de carne, 2 de jamón y queso y 3 de caprese, para más datos) y continuamos con los menesteres musicales. Al llegar el delivery, nos topamos con que el encuentro con nuestra cena se complicaba: era imposible abrir la puerta que comunica el patio del museo con la calle (la única puerta que hay, vale aclararlo). Lo más curioso de todo fue que minutos antes habíamos entrado con la misma llave que ahora nos negaba el abrazo con nuestras empanadas. De ahí en más, así se sucedieron los hechos:
Una de tumberos
Conscientes de la situación de encierro, convenía ir por etapas: lo prioritario eran las empanadas. Moch y Joe se dirigieron al baño del primer piso, desde donde, tras caminar pocos pasos por una cornisa, este último logró contacto visual con el muchacho del delivery (personaje no menor y siempre predispuesto en esta historia) y logró explicarle la situación. Tras descartar arrojar el alimento por sobre el paredón del patio, que mide alrededor de 10 metros de altura, Moch -en adelante "el tumbero"- se iluminó y aportó una idea importada de algún pabellón carcelario: atar las sábanas/banderas que sirven para cubrir los equipos y así concretar el intercambio: dinero por empanadas y bebida. El Pollo fue el encargado del intercambio trepado a la antes mencionada cornisa, cual caco de poca monta (después nos confesaría haber padecido flashes de terror a ser acribillado por algún guardián del orden de esos que primero tiran y después preguntan, en el contexto de un barrio plagado de embajadas...). La operación fue exitosa: con el estómago lleno era más fácil pensar cómo salir de ahí...
No estamos solos...
Buscando algún milagro en el escritorio que suele ocupar el encargado de vigilancia, oímos pasos que se acercaban. (Vale aclarar que eran las 12 de la noche, hora en la que suele no haber un alma en el viejo caserón). Eso, sumado a las terribles historias ocurridas en la casa, que incluyen páginas policiales, asesinatos, suicidios y fantasmas, la situación no era la mejor. Y los pasos venían bajando la escalera. Finalmente resultó ser un oficinista que se desayunó de la situación por nosotros: él también estaba encerrado. (Nunca sabremos qué se pasó por su mente al ver a cuatro sujetos mal aspectados revisando un escritorio de seguridad a altas horas de la noche y explicándole que eran músicos y que, al igual que él, no podían salir a la calle).
El Cerrajero (o el robo del siglo)
Siendo cinco, la situación era la misma. Varios llamados y pocos resultados. Nuestro nuevo compañero, Lucas, se comunicó con su jefe (que aparecerá en escena más tarde y será decisivo para el desenlace) y la solución del cerrajero enviado por la administradora del museo tomó la delantera. Vale aclarar que ya habíamos descartado varias opciones, a saber: salir por las ventanas de la PB que daban a la calle (tenían alarma), usar escaleras de pintor, dormir en el lugar, romper rejas de hierrro forjado (descartado pues Superman no existe o al menos no se deja ver por estos lares), romper la puerta, romper una ventana, romper.... etc (absolutamente todas las opciones descriptas fueron barajadas en algún momento y ninguna de ellas se trata de una exageración para enriquecer el relato).
Tras debatir cuánto podía costarnos solucionar el problema, consensuamos que una cifra cercana a los $200 era razonable (más importante aún: era todo lo que había). El cerrajero llegó y habló puerta de por medio. Antes de mover un sólo dedo, se ocupó de describir su modus operandi y... el precio. Como el primero interesa poco, pasemos al presupuesto: dependiendo de la cerradura de que se tratase, iba desde llos $120 hasta los........ $840!!!!! Lógicamente, lo que siguió a tamaña comunicación de asalto fue una carcajada nerviosa de todos los "encerrados". La situación de negociar casi bajo condición de rehén, exasperó a algunos (Joe) y llevó a calificar de "secuestrador" al oportunista cerrajero (Pollo). Una oportuna intervención en frío de Noch aplacó temporalmente los ánimos: "Loco! Podés abrir la puerta??? Después vemos el precio, pero así no. No te vamos a cagar!". Sin embargo, un llamado del jefe de Lucas al cerrajero para discutir el precio, volvió a tensar la cuerda...
El desenlace
Finalmente, la puerta se abrió. Una discusión entre el cerrajero (que resultó llamarse Johnattan...) y Pollo sobre cómo hacer guita fácil en pocos minutos, precedió a la llegada de Santiago, el jefe de Lucas (que imperceptiblemente abandonó el lugar ni bien se abrió la puerta). El nuevo personaje de desesperante parecido al Gringo Heinze y onda muuy amigable, fue quien finalmente se encargó de resolver el entuerto y dejar conforme al pillo de Johnattan, quien cobró lo que se le antojó por un servicio menor al acordado anteriormente y Anzuelos pudo volver a la calle. ¿El ensayo? Salió bien. Nos vemos el 4 de diciembre en el Roxy! (En breve, los detalles).
A continuación, y en exclusiva, las fotos de lo acontecido…
Joe, con la destreza de una tortuga enyesada, pasa desde la ventana hacia la cornisa.
Moch observa desde la ventana del baño. Esta foto bien podría ilustrar las páginas de una revista especializada en fenómenos paranormales, bajo el título "El fantasma del viejo Caserón". Es sólo una foto con pésima definición y peor luz.
Joe gana la cornisa y va, sin éxito, en busca del botín (las empanadas).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario